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Rocco, qué perrazo.

Encontrarse con Marina después de casi catorce años desde que dejaran la secundaria, había sido todo un acontecimiento para Lara, ya que terminados los estudios, se había mudado con sus padres a Rosario y entonces perdido todo contacto con quienes fueran por seis años sus mejores amigos y, en el caso de Marina, su confidente.

Desde su ingreso a primer año, se había establecido entre ellas un vínculo muy especial, una especie de simbiosis que muchas veces mereció la mofa de sus compañeras que las tildaban de lesbianas y “come felpudos”, pero en realidad ninguna de ellas había pensado jamás en eso a pesar de compartirlo todo, todo; juntas y eso era practicándolo con la otra, habían aprendido a besar y a intercambiar experiencias con los muchachos, aprendiendo a conocer su cuerpo por el simple medio de desnudarse e inspeccionarse mutuamente, conociendo al dedillo la conformación de una vulva y su interior, la consistencia de los senos y la sensibilidad de los pezones, todo eso por medio de los dedos y a veces las lenguas, pero sólo para saber que se experimentaba al hacerlo.

Nunca hubo en sus mentes espabiladas, intención alguna de satisfacerse juntas aunque se había masturbado a dúo o aprendido a chupar miembros masculinos con distintos sucedáneos, desde un spray finito, un salame o la aventura mayor de un pepino; ciertamente, con los años esos proyecto se hicieron realidad y les gustaba sentarse a secretear esas intimidades con los varones, relatándose detalladamente todos y cada una de la nuevas experiencias.

Lamentablemente, la separación las había privado de tener en quien confiar y ella las había pasado duras en su relación con los hombres, ya que su marido había resultado ser un depravado que la sometía a las más viles humillaciones sexuales, una innecesaria golpiza por negarse a ser culeada, cosa que finalmente él consiguiera y, lo que determinara su separación dos años atrás, fue ser alcoholizada para que dos amigos suyos la gozaran junto con él en combinaciones espantosas durante todo un fin de semana.

La casualidad del reencuentro, las sumió en una especie de desesperación por ponerse al día de tanto suceso y el sucinto comentario que le permitió a ella conocer que el marido de Marina había fallecido sólo un par de años atrás, como el que aquella supiera más de las peripecias que derivaran en su separación, no hicieron más que aumentar su angustiosa ansiedad y convinieron que esa misma tarde la visitaría.

A pesar del calor, el reencontrarse con quien guardaba algunos de sus secretos más íntimos y privados le había levantado el ánimo y a las tres de la tarde tocaba timbre en el espléndido chalet; pasando a un relativamente fresco living y ya desde la puerta misma enfrascadas en una especie de lid por ver quien relataba antes a la otra sus peripecias, tuvieron una explosión de risas al comprobar que a los treinta y dos años seguían comportándose como cuando eran adolescentes.

Hipando porque las carcajadas les habían quitado el aliento, se dejaron caer en un amplio sillón y ya más calmadas, se turnaron en confesar lo sucedido en esos años mientras se refrescaban con grandes vasos de jugo de naranja helado que preparara su amiga; cuando rato después, más aliviadas por esas confidencias que guardaran para sí durante sus matrimonios y avergonzada por el crudo relato de las cosas a que la sometiera su marido, razón por la cual ni quería oír hablar de ningún hombre, se compadeció de Marina por la abstinencia a que la viudez la condenara desde hacía dos años y recuperada esa confianza en la que no se ocultaban nada, le preguntó sin ambages cómo se la arreglaba sexualmente; recuperada esa pícara sonrisa cómplice de los quince años, sin decir palabra, le señaló con los ojos al enorme perro que dormía agobiado por el calor.

La sorpresa la shockeó de tal manera que su boca y ojos dilatados se abrieron en una silenciosa pregunta a la que Marina respondió con naturalidad que, queriendo como quería a su marido, a pesar de que el cuerpo le reclamara por meses ser satisfecho, no queriendo ofender la memoria del hombre y su propia estima como mujer entregándose a cualquier tipo que la galanteara, casi de casualidad, había recurrido al animal y ya llevaba su buen año y medio de esa práctica que, si bien no era normal y sí criticable, a ella le permitía cubrir las apariencias de viuda inconsolable, obteniendo además tal grado de satisfacción que ya creía difícil volver a relacionarse con hombres.

Observando al perro que yacía a dos metros, le preguntó curiosa si eso no era peligroso dado el tamaño del animal, un gran danés color gris que demostró su corpulencia cuando Marina lo llamó y, aunque ese ejemplar debía de exceder los ochenta centímetros, palmeándole cariñosamente la cabeza, su amiga le dijo que asustaba por su porte pero era tan manso como un gatito y obedecía sus órdenes como si realmente supiera lo que ella necesitaba; para hacer más evidente su mansedumbre, Marina se acercó al ancho hocico y sacando la lengua, la hizo tremolar sobre los belfos y el perro en respuesta sacó un órgano bestial para que ambos se trenzaran en un batalla de lengüetazas que su amigo matizaba con ávidos chupones a la lengua chorreante de saliva.

Maravillada pero a la vez excitada porque era la primera vez que veía a una mujer en relaciones sexuales con un animal, observó como Marina se quitaba la remera para dejarle ver su torso desnudo en el que sus hermosas tetas oscilaban temblorosas al menor movimiento y como el perro parecía estar habituado, se echó hacia atrás en el asiento apoyada en sus manos para que el animal, sin siquiera subirse, comenzara a lamerle los senos con una delicadeza que se contradecía con su tamaño; con una sonrisa dichosa en su bello rostro, le dijo que sin haberlo probado, era inimaginable la felicidad que le proporcionaba Rocco y que, si después de verla hacerlo a ella quería satisfacer su apetito que no quería saciar con hombres, tal vez entre las dos pudieran ensayar alguna relación no explorada.

Sin saber que actitud asumir pero excitada a su pesar por ver como el animal matizaba los lengüetazas con cariñosos rempujones del hocico a los senos que se hundían como cuando la mano de un hombre los estruja, le dijo que sí le interesaba pero primero quería verla a ella para tomarla como ejemplo de que debería hacer y entonces, como un maestro ante el alumno novel, quitándose la falda junto con la bombacha, abrió las piernas invitadoramente y Rocco comenzó con un tranquilo olisqueo que llevaba el hocico desde el Monte de Venus hasta el mismo ano; al tiempo que lo alentaba con amorosas frases, le explicó a Lara que las mujeres, como todos los mamíferos, poseen una glándula que exuda las feromonas, ese almizcle que los humanos casi nunca distinguen pero es el que atrae a los machos de todas las especies y que el degustarlo forma parte del ceremonial animal.

Rocco ya hecho el reconocimiento, hurgó con el hocico en la vulva y lo introdujo totalmente sobre los labios menores en medio de resoplidos y restregones que rápidamente hicieron a su amiga pronunciar ardientes frases de contento, como si él fuera realmente un hombre y comenzó a menear de arriba abajo la pelvis en un indiscutible movimiento copulatorio y entonces, el perro sacó esa lengua de impresionante tamaño para ejecutar un intenso lambeteo, comenzando por los arrepollados pliegues interiores y seguir con el prepucio donde se cobijaba el clítoris y cuando Marina prorrumpió en ayes de placer en tanto encogía las piernas abiertas, trasladó el chupeteo al ano.

Tal vez olvidada de su presencia, Marina había puesto en funcionamiento toda su sexualidad y al tiempo que alentaba roncamente al animal, con una mano frotaba reciamente al clítoris y con la otra sobaba y estrujaba apasionadamente los senos y así se complacieron durante unos minutos hasta que ella, cerrando las piernas, lo invitó con unas palmadas sobre el asiento a subir y como cumpliendo con un repetido rito, el inmenso perro se acostó de lado para permitirle a ella alzarle la pata trasera e iniciar una suave masturbación a la vaina peluda; absorta en esa contemplación y sintiendo en su vientre producirse los acostumbrados ardores y cortocircuitos de la calentura e inconscientemente, Lara se recostó en el respaldo en la otra punta del largo sillón y apoyando una pierna encogida, la abrió para comenzar a restregar la vulva por sobre la tela.

Alelada porque no lo hubiera imaginado jamás, vio como ante el estímulo de los dedos, una carnosidad puntiaguda de un intenso color rojo veteado por caprichosas manchas negruscas, comenzaba a surgir y casi correspondiéndose con el tamaño del mastín, iba cobrando volumen hasta alcanzar el de un hombre, momento en que su amiga acercó la cara y comenzó a lamerla con la misma fruición que seguramente había puesto con su marido; esa cosa brillante por los jugos siendo lamida por Marina le produjo una cierta repugnancia pero al ver el entusiasmo goloso que aquella ponía en las lamidas mientras con dos dedos seguía masturbando al perro en la parte final donde dos bultos parecidos a los testículos iban cobrando tamaño, mirándola como hipnotizada, separó la parte baja de la bombacha para acceder directamente sobre la vulva que ya pletórica de sus jugos se abrió complaciente para que dos dedos se internaran restregando los frunces del interior y, tras estimular con cierta vehemencia al clítoris, los introdujo despaciosa a la vagina, sólo para ubicar al Punto G y comenzar frotarlo.

Ya su amiga no sólo lengüeteaba la verga sino que la introducía a la boca en una fantástica mamada que no hizo sino aumentar su excitación y cuando ella, jadeante por el deseo, se masturbaba con tres dedos dentro de la vagina y otros estimulando reciamente al clítoris, Marina se acercó para arrodillarse frente al asiento y apoyándose en él con los brazos encogidos, incitó con sonoras palmadas en las nalgas al animal; demostrando la habitualidad del acto, el enorme dogo enjugó con fuertes lambetazos los jugos que seguramente la excitación acumulara en la vagina para después enganchar las patas delanteras a las ingles de su amiga en una penetración total.

Suspirando hondamente pero alegre por la cogida del perro y observándola masturbarse con tanto entusiasmo, Marina se corrió los centímetros que las separaban y acomodándose entre sus piernas abiertas, acercó la cabeza a la entrepierna; a pesar de lo íntimo de sus relaciones en las que solían desnudarse y acariciarse para conocer en carne propia cómo satisfacer y satisfacerse, jamás habían pensado en tener sexo, pero ahora, seguramente por el espectáculo anterior y la penetración a que el perro la sometía, hicieron que Lara recibiera con beneplácito el convite de su amiga y separara ella misma la bombacha para que su sexo quedara expedito al sexo oral.

Después de tanto tiempo sin una buena minetta, a Lara ya le daba lo mismo que quien se la hiciera fuera un hombre o una mujer y con ansiedad, observando tan sólo a centímetros la lengua colgante del animal, veía como la roja verga entraba y salía del sexo de su amiga y cuando la lengua de esta hizo contacto con la vulva, se estremeció como por una descarga eléctrica; aparentemente, Marina había consolado muy bien su viudez, ya que parecía ser una experta en eso y llevando la lengua empalada a recorrer su sexo de arriba abajo en tres o cuatro oportunidades, le pidió que encogiera aun más las piernas abiertas para entonces llevar la lengua más allá, a tomar contacto con el ano.

Ella sabía desde hacía tiempo que Lara se calentaba mucho con la estimulación del ano y la había visto alcanzar abundantes eyaculaciones solamente por ese medio, por eso fue que afinó la lengua puntiaguda que escarceó vibrante sobre el haz de rosados esfínteres que obedecieron en una clásica reacción de causa-efecto, dilatándose mansamente para que el órgano tremolante los distendiera tanto como para que la punta se introdujera un par de centímetros; Lara no podía creer el goce que su amiga le proporcionaba después de tantos años sin verse ni saber las inclinaciones sexuales que adoptara cada una de ellas en ese tiempo, pero ciertamente lo que Marina le estaba haciendo era portentoso y susurrándole entre dientes que la sodomizara con un dedo, la aferró por el cabello para tirar sin violencia su cabeza hacia arriba y Marina, comprendido su deseo, fue introduciendo al ano su grueso dedo pulgar al tiempo que con índice y mayor de la otra mano separaba los labios mayores.

El perro seguía infatigable con su cópula y entonces, como si quisiera devorarla, la dueña de casa se posesionó con toda la boca de los abundantes pliegues fruncidos y en una especie de masticación en la que el labio inferior actuaba como una pala, los introdujo a la boca para fustigarlos con la lengua contra los dientes.; ese tipo de minetta nunca se la habían realizado y agregaba otro significado al hecho de que fuera una mujer y nada menos que su mejor amiga. Viendo como ahora el perro se había sentado tras su ama para volver a satisfacerla con la gran lengua, no pudo reprimir los ayes y gemidos que exhalaba su boca en medio de eufóricos asentimientos mientras meneaba la pelvis en un coito involuntario pero que expresaba toda la honda calentura que la poblaba.

Marina se dio cuenta de que la acabada ya debía espolear a su amiga y en tanto disfrutaba de la minetta que el gran danés le estaba regalando, subió la boca para atrapar al clítoris entre los labios en profundas succiones y llevando los dedos a encerrar entre ellos los frunces de la vulva y restregarlos intensamente, sacó el dedo del ano para que, junto índice y anular se introdujeran a la vagina.

El perro había cesado de lambetear al sexo y acuciado por los feromonas que Martina despedía como todas las hembras, había vuelto a montarla para que la verga portentosa se deslizara dentro de ella. Ya los sonoros jadeos de Lara poblaban el cuarto y su cabeza echada hacia atrás sobre el respaldo, se movía desesperada de lado a lado mientras apoyaba los pies en las espaldas de Marina, quien no sólo penetró entre los ceñidos músculos vaginales sino que recorrió la rugosa piel hasta encontrar en la parte anterior esa callosidad que ya abultaba considerablemente por la irrigación sanguínea del tejido esponjoso de la uretra; enloquecida por tanto placer, Lara alentaba a su amiga a darle más y más mientras se mesaba los cabellos humedecidos por la transpiración y aquella no la desoyó.

Paulatinamente fue añadiendo un dedo más a la penetración, hasta que los cuatro entraron aplanados al conducto y ante los ayes complacidos de Lara, muy despaciosamente, venciendo la oposición de los nudillos que, sin embargo, no la hicieron sufrir, hizo que toda la mano cupiera dentro para luego cerrar los dedos en un puño que fue penetrándola como un ariete entre los corcoveos entusiasmado de la muchacha que, en su desesperación, le rogaba la hiciera gozar todavía más y añadiendo al chupeteo del clítoris el rascado de los dientes en incruentas mordidas hasta que su amiga estalló en balbuceos angustiosos a la vez que proclamaba en roncos gritos su eyaculación y cuando Marina sintió la tibieza de sus caldos empapándole los dedos, los sacó para conocer el sabor de esos jugos que siempre había querido paladear.

Todavía aferrada a los muslos de Lara, su amiga recibió los rempujones del animal con esa característica velocidad de los perros y cuando sintió como este descargaba el líquido semen mucho mas caliente y abundante que el de los hombres, se derrumbó satisfecha enjugando los restos de mucosas del sexo de Lara y como esta, cayó en el delicioso sopor del bálsamo orgásmico.

Rato después recobró la conciencia y con el exquisito sabor de la eyaculación de Lara en sus labios, nuevamente acercó la boca para depositar en la depilada vulva aun húmeda de sudor, jugos y la abundancia de su saliva, pequeños besos que volvieron a colocar en lo más hondo de sus entrañas un ramalazo de deseo e incorporándose, fue trepando por el cuerpo de su amiga como relevando el terreno con lengua y labios que, al llegar a los senos flojamente caídos, incursionaron en la hendidura de la comba para extraer la sudoración acumulada y luego, ascendiendo la cuesta, alcanzaron la aureola cuya granulación había disminuido pero el pezón, pese a la falta de estimulo, mantenía su consistencia y, cuando ella lo fustigó con la lengua, se avino lábil a los azotes.

Todavía adormilada, Lara susurraba mimosamente y entonces ella, al tiempo que encerraba la mama entre los labios para someterla a una fuerte succión que le hacía hundir las mejillas, alternándola con incruentos rascados de los dientes, fue enterrando dos dedos a la vagina en búsqueda del punto G; alzando los ojos, vio como Lara había entreabierto los suyos y la observaba dándole placer con una sonrisa beatífica y entonces trepó por el pecho con la lengua tremolante, alcanzó el cuello y desde este accedió al mentón para escudriñar entre los labios francamente sonrientes de su amiga.

Con esa blanda flaccidez de la relajación, esta la envolvió entre sus brazos y buscó decididamente con la lengua la de Marina y así, con los dedos rebuscando la callosidad de la vagina, se entretuvieron durante unos momentos hasta que, sin hacerlos descansar, su amiga separó la boca para susurrarle aquel deseo reprimido por tantos años e invitándola a ser tan dichosa como ella con la compañía de Rocco; también bisbiseando las palabras, no en la expresión de un morboso deseo como su amiga, sino con ese temblor que dan la turbación y el temor a lo desconocido pero sin poder evitar expresar en ese murmullo su calentura que ella se había encargado de reavivar, buscó su boca en franca enunciación de deseo en tanto le rogaba que fuera ella quien la guiara.

Haciéndola sentarse casi en el centro del sillón, llamó al animal que estaba acostado como si se hubiera agotado por el calor pero que al reclamo de su ama quien le ofrecía invitadoramente sus piernas abiertas, se levantó para acudir a su lado y así Lara pudo verlo por primera vez con todo detalle; alto y con un lustroso pelaje color plomo, el animal debería de medir no menos de ochenta centímetros de altura e inevitablemente su mirada se dirigió a las verijas de Rocco para ver como esa zona de color blancuzco exhibía la vaina peluda del miembro que, de cualquier manera, no hacía imaginar el tamaño bestial del falo en su máxima expresión.

Acariciando la enorme cabeza, Marina fue acercándola hacia ella al tiempo que le pedía que abriera más las piernas para sostenerlas encogidas por detrás de las rodillas, con lo que el sexo y toda la zona erótica quedaban oferentes al perro que, incitado por su ama y seguramente por los aromas a hembra encelada, acercó el negro hocico al Monte de Venus y hundiéndolo sobre el capuchón al comienzo de la raja, fue olisqueando y resoplando sobre los tejidos humedecidos para sumirse luego entre los labios mayores a escarbar en los frunces y el óvalo; la lengua no era tal como ella previera sino que, dura y musculosa, tenía una superficie rasposa como la de los gatos y entonces su frotar producía un goce inefable, que se incrementó al bajar al agujero vaginal en el que se entretuvo unos momentos seguramente por ser la fuente de esos jugos que ella no podía dejar de expeler y mientras Marina le besuqueaba las tetas, sintió como esa exquisitez se trasladaba por sobre el perineo para volver a concentrarse en el ano.

En toda su vida había recibido un sexo oral tan maravilloso y entonces fue cuando, al manifestarle a su amiga lo fenomenal que le resultaba ese sexo donde se mezclaba lo humano con lo animal, esta animó al perro dando fuertes palmadas sobre el asiento y, al subir aquel ágilmente a pesar de su corpulencia, lo hizo acostar e indicándole a Lara que la imitara, se arrodillaron en el piso frente a Rocco; ella ya sabía de qué se trataba por haberla visto antes, pero el ser protagonista volvía a colocar una instintiva repulsa que le encogía el estómago, pero Marina le dijo que se quedara tranquila porque después de esa mamada, ya no encontraría una satisfacción parecida en ningún hombre.

Como una maestra con su discípula, fue señalándole que la vaina peluda era una especie de caja de Pandora que dejaba escapar todos lo vicios y placeres a través del órgano que cobijaba, porque los perros tenían la particularidad de la enormidad de sus vergas pero además, antes de los testículos, poseían un par de bultos esféricos que crecían con la excitación y que iban creciendo mientras acumulaba el semen, razón por la cual se producían los abotonamientos con las hembras y si una era lo suficientemente hábil, también podía llegar a quedar abotonada y el placer que eso producía era inimaginable.

Lara la miraba fascinada pero aun no se atrevía y por eso, Marina le tomó una mano para conducirla sobre la panza del animal; acompañando los dedos con los suyos, los hizo deslizarse acariciantes sobre el pelo cortísimo de la vaina para tantear la verga que protegía y entre un gruñido débil de Rocco, iniciaron juntas una suave masturbación y Lara sintió palpablemente como en el interior crecía la verga; la piel tenía una temperatura muy alta pero ella no sabía que esa era una característica sexual de los perros y cuando una afilada punta roja comenzó a emerger de ella, fue comprobando como la parte brillantemente húmeda que la seguía continuaba creciendo, tanto en largo como en grosor.

Dándole un fuerte beso en la boca como para azuzarla, su amiga guió los dedos a la parte ahora descubierta para que sus yemas resbalaran sobre la húmeda superficie lisa como un cristal y ese toque pareció hacer un click en su decisión, ya que autónomamente, sin necesidad de los dedos de Marina fue recorriendo al falo que continuaba creciendo y excitada ella misma como una perra, lo envolvió para iniciar una delicada masturbación, liberada ya de todo escrúpulo; ahora el crecimiento visible del miembro la seducía y miraba embelesada como la verga que ya superaba fácilmente a la de un hombre, parecía seguir creciendo y empujada por la voz sugerente de Marina que mientras deslizaba la otra mano entre las nalgas para estimular al ano y la vulva, le advertía perversa lo que se perdería si no probaba la verga con su boca.

La inmensidad del falo la atraía, pero aun ese barniz viscoso la repelía y haciendo de tripas corazón, cerró los ojos y acercó la boca al falo; un aroma muy distinto al de la entrepierna de los hombres saturó su olfato y su lengua salió por instinto para tocar apenas la superficie, sorprendiéndose del gusto, ni picante ni dulce pero indeciblemente sabroso; viéndola independizarse de ella, Marina no dejó de excitarla y ahora a su lado, se entretenía recorriendo en meticulosa exploración tanto el sexo como el ano al tiempo que la otra mano acariciaba, palpaba y estrujaba los agitados senos.

Lara ya no necesitaba guía para hacer lo que su parte instintivamente animal le dictaba y en tanto acariciaba con una mano los recién nacidos bultos en la base, con la otra sostenía la verga hacia fuera para que la lengua tremolante alcanzara a deslizarse a todo o largo del impresionante falo; Rocco había ido acomodándose lentamente boca arriba y ya con la verga enhiesta, no dudó en abrir la boca para alojar la punta entre los labios y con ese sabor único obnubilándola, fue haciéndola penetrar a la boca hasta que, sorprendentemente, la afilada punta le provocó una arcada en el fondo de la garganta.

Una náusea no la iba a arredrar, especialmente porque su amiga colocada detrás, le separaba las nalgas para permitir a su boca juguetear con el ano y la vulva en apasionados lambeteos y profundas succiones; decidida a darse la máxima satisfacción y mientras masturbaba al perro con los dedos, comenzó un ir y venir de la cabeza con la verga encerrada entre sus labios prensiles, notando como las esferas en su base iban cobrando volumen.

Justamente por eso, fue que Marina se incorporó y casi exigiéndole que dejara al magnífico falo por el entusiasmo que ella ponía en la felación, la hizo colocarse como antes lo hiciera ella y el perro, interpretando exactamente sus dedeos, saltó del sillón para presurosamente montarla como a una perra; el grosor de la vega ya debería de superar los cuatro o cinco centímetros y a pesar de su forma ahusada más la lisura de la piel que ella lubricara con su saliva, el sentirla penetrándola la hizo lanzar una exclamación de dolorida sorpresa que rápidamente amenguó por el estrechamiento en la base pero Marina estaba decidida a que experimentara lo mejor de Rocco y distendiendo la entrada a la vagina con los dedos, empujó al animal para que las dos esferas se introdujeran en ella; si la verga le resultaba inmensa, esos dos esferas carneas le daban la impresión de un mínimo parto y ya comenzaba a manifestar su protesta a su amiga cuando el movimiento dentro del canal vaginal le produjo una serie de sensaciones nunca experimentadas y con la colaboración exigente de Marina, que rempujaba al animal para evitar que las esferas escaparan de la vagina, pronto sintió su crecimiento y con ello la imposibilidad de que salieran.

Ahí pareció comenzar la verdadera cópula y así, abotonada como una perra, sintió como Rocco, aferrado a sus ingles con las patas delanteras pero sin lastimarla, se movía rítmicamente adelante y atrás, otorgándole el placer de la más completa cogida; expresando de viva voz cuanto la satisfacía, se afirmó en el asiento para hamacar su cuerpo, dándole mas profundidad al coito. Por unos momentos, la cópula se hizo violenta y el animal estrellaba sus verijas contra las nalgas de Lara en ese clásico vaivén casi eléctrico de los perros, hasta que, de su verga comenzaron a surgir chorros calientes de un líquido que le provocaba ardores y que, en cantidades increíbles escapaban de la vagina para chorrear por sus muslos.

Ante los jadeos y bramidos de satisfacción, escuchó como Marina destacaba su capacidad especial para la zoofilia mientras la acariciaba tiernamente y cuando Rocco salió de ella, ubicándose en el lugar del perro, excitada por la prominencia de sus nalgas, tremoló con la lengua en el nacimiento de la hendidura para luego ir descendiendo hasta encontrar al ano y, murmurando lindezas sobre su predisposición lésbica, fue hundiendo el pulgar en el recto en una exquisita sodomía que complació a Lara; en medio de sus repetidos sí, continuó haciéndolo pero la boca se escurrió hacia la vagina para enjugar golosa la eyaculación canina superficial y colocando la boca como una ventosa, ejecutó una serie de succiones por las que extrajo restos aun abundantes del líquido seminal.

A pesar de la extraña pero excepcional cogida, Lara no había podido llegar a esos orgasmos que, a diferencia de otras mujeres, obtenía fácilmente y en forma múltiple y, desesperada por la urgencia de obtener uno por lo menos, le suplicó a su amiga que la ayudara; ella suponía que la mujer pondría en acción nuevamente sus manos sin saber que Marina tenía colocado un arnés que portaba un falo artificial que dejaba chiquito al del perro, ya que superaba los veinticinco centímetros de largo y un grosor desusado que alcanzaba fácilmente los seis centímetros.

Llevando la sodomía a un cadencioso entrar y salir del dedo, apoyó la cabeza del falo contra la entrada a la vagina para ir empujándolo muy lentamente pero sin pausa dentro del sexo; lo sorpresivo de ese sufrimiento colocó un alarido que era casi un chillido en labios de su amiga y en tanto la insultaba soezmente, contradictoriamente la bendecía por hacerle conocer semejante goce; eso alentó a Marina, quien empujó aun con mayor fuerza si cabe hasta que, en medio de los rugidos satisfechos de Lara, sintió como el glande traspasaba las carnosidades de la cervical para internarse en la estrechez del cuello uterino.

Con su amiga acezando fuertemente y sabiendo que el sitio mas sensible de una mujer en la vagina, aparte del pequeño punto G, es el vestíbulo justo después de la entrada, fue sacando despaciosamente la verga el tiempo que le hacía ejecutar un movimiento en círculos que comprimía justamente esos tejidos; Lara no concebía como durante toda su vida sexual hubiera estado privada de cosas tan maravillosas como el sexo con el perro y lo que le hiciera su amiga, especialmente esta nueva penetración que le hacía valorar por primera vez la sensorialidad de los músculos vaginales del introito.

Por fin caía en la cuenta de que aquellas mujeres que sostenían que en el coito lo importante no era el largo sino el grosor del miembro y la forma en que era utilizado, tenían toda la razón del mundo, ya que los aguijonazos que subían en oleadas a lo largo de la columna y que se clavaban exquisitamente en la nuca para estallar en su cerebro obnubilándola, tenían su origen exclusivamente en ese lugar y en los esfínteres anales que el dedo se encargaba de excitar; viéndola aceptar con tanta complacencia esas penetraciones, Marina se inclinó sobre su espalda para alcanzar los senos colgantes que se bamboleaban al ritmo de sus rempujones y tomando entre los dedos los hinchados pezones, fue retorciéndolos sin saña pero sin piedad.

Murmurando incoherencias, Lara había dado a su cuerpo un hamacarse acorde a la cadencia de Marina y por unos momentos se entregaron con entusiasmo a la cópula hasta que su amiga aplastó contra ella la pelvis para que el falo no saliera de su sexo y lentamente, fue deslizándose de costado al tiempo que le indicaba que acompañara ese movimiento para quedar acaballada sobre en consolador; obedeciéndola ciegamente porque todo cuanto le obligara hacer había sido fantástico, se encontró con que, ensartada por la verga, con los pies asentados en el suelo y las piernas abiertas de Marina a sus costados, los labios húmedos de su sexo se apretaban placenteramente contra los de su amiga y, asentándose con las manos a las rodillas de ella, flexionó las rodillas y dándose impulso, se penetró hondamente con el magnífico príapo.

Ciertamente, aquello era espectacular y con las manos de Marina en las nalgas acompañando su galope, se entregó a la jineteada con verdadera vehemencia hasta que su amiga le indicó que, sin sacar la verga, fuera colocándose paulatinamente a la inversa y sí, hacer aquello no sólo le provocaba un placer inédito por la forma que el miembro se movía aleatoriamente en su interior, sino que la provocaba a ir por más y, con las rodillas junto al torso de Marina, flexionó las piernas para sentir como el portentoso falo, con el cambio de ángulo, cobraba una nueva dimensión del goce; inclinándose sobre la mujer que le hiciera conocer ese sexo loco pero infinitamente placentero, buscó su boca al tiempo que las manos se posesionaban de los senos para masarlos y estrujarlos con devoción y, en tanto aquella respondía los besos con gula premiosa e imitaba a sus manos en los senos, subiendo y bajando la grupa en un soberbio coito por el que sentía crecer en ella la angustia característica del orgasmo más el calor que naciendo desde sus entrañas como un fuego imparable la ahogaba, se entregó con denuedo a la cópula hasta que, proclamándolo a los gritos, obtuvo el benefició líquido del orgasmo que se derramó por la vagina para ser recogido por las fauces ávidas de Rocco en entusiastas lengüetazos.
Datos del Relato
  • Categoría: Zoofilia
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1 comentarios. Página 1 de 1
raul
invitado-raul 16-05-2014 00:15:23

muy caliente el relato.... como me gustaria participar de alguna cossita de ésta.... !!

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